San Martín de
Porres
(Lima, 1579 - 1639)
Religioso peruano
de la orden de los dominicos que fue el primer santo mulato de América. Era
hijo de Juan de Porres, hidalgo pobre originario de Burgos, y Ana Velásquez,
una negra liberta, natural de Panamá.
Su padre, debido a su pobreza, no podía
casarse con una mujer de su condición, lo que no impidió su amancebamiento con
Ana Velásquez. Fruto de ella nació también Juana, dos años menor que Martín.
Nacido en el barrio limeño de San Sebastián, Martín de Porres fue bautizado el
9 de diciembre de 1579. El documento bautismal revela que su padre no lo
reconoció, pues por ser caballero laico y soltero de una Orden Militar estaba
obligado a guardar la continencia de estado.
Hacia 1586, el padre de Martín decidió
llevarse a sus dos hijos a Guayaquil con sus parientes. Sin embargo, los
parientes sólo aceptaron a Juana, y Martín de Porres hubo de regresar a Lima,
donde fue puesto bajo el cuidado de doña Isabel García Michel en el arrabal de
Malambo, en la parte baja del barrio de San Lázaro, habitado por negros y otros
grupos raciales. En 1591 recibió el sacramento de la Confirmación de manos del
arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo.
Martín inició su aprendizaje de
boticario en la casa de Mateo Pastor, quien se casaría con la hija de su
tutora. Esta experiencia sería clave para Martín, conocido luego como gran
herbolario y curador de enfermos, puesto que los boticarios hacían curaciones
menores y administraban remedios para los casos comunes. También fue aprendiz
de barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor.
La proximidad del convento dominico de
Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual ejercieron una atracción
sobre él. Sin embargo, entrar allí no cambiaría su situación social y el trato
que recibiría por ser mulato y bastardo: no podía ser fraile de misa e incluso
le prohibieron ser hermano lego. En 1594, Martín entró en el convento en
calidad de aspirante a conventual sin opción al sacerdocio. Dentro del convento
fue campanero y es fama que su puntualidad y disciplina en la oración fueron
ejemplares. Más aún, dormía muy poco, entre tres a cuatro horas, y cuentan que,
para no olvidarse de sus funciones por el cansancio, un gato de tres colores
entraba a la enfermería y empezaba a rasguñarlo avisándole de su deber.
Sus hagiógrafos cuentan que tenía
varias devociones, pero sobre todo creía en el Santísimo Sacramento y en la
Virgen María, en especial la Virgen del Rosario, Patrona de la Orden dominica y
protectora de los mulatos. Martín fue seguidor de los modelos de santidad de
Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente
Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló
una línea de misticismo propia. La vida cotidiana del futuro santo era frugal en
extremo. Era muy sobrio en el comer y sencillo en el vestir (usó un simple
hábito blanco toda su vida). Se dice que cuando murió no hubo ropa con que
amortajarlo, así que lo enterraron con su propio hábito ya roído.
En el convento, Martín ejerció también
como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda quedaba en el claustro
de la enfermería. Todo el aprendizaje como herbolario en la botica y como
barbero hicieron de Martín un curador de enfermos, sobre todo de los más pobres
y necesitados, a quienes no dudaba en regalar la ropa de los enfermos. Su fama
se hizo muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades. Su
labor era amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba
muelas, extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía
las manos con destreza. En Martín confluyeron las tradiciones medicinales
española, andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas
que luego combinaba en remedios para los pobres y enfermos. Debió de empezar su
labor como enfermero entre 1604 y 1610.
La vida en el convento estaba regida
por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de Martín la condición
racial también era determinante. Su humildad era puesta a prueba en muchas
ocasiones. Parecía tener una concepción muy pobre de sí mismo y hasta como
miserable, y por lo tanto digno de malos tratos. Aunque frecuentaba a la gente
de color y a castas, nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas; se
dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos
étnicos. Todas estas dificultades no impidieron que Martín fuera un fraile
alegre. Sus contemporáneos señalan su semblante alegre y risueño.
Otra de sus facultades fue la
videncia. Se cuenta que su hermana Rosa había sustraído una suma de dinero a su
esposo, y se encontró con su hermano, el cual inmediatamente le llamó la
atención por lo que había hecho. Su hermana no salía de su asombro, ya que
nadie sabía del hurto. También tuvo facultades para predecir la vida propia y
ajena, incluido el momento de la muerte.
En línea con la espiritualidad de la
época, San Martín de Porres y su coetánea Santa Rosa de Lima practicaron la
mortificación del cuerpo. Martín se aplicaba tres disciplinas cada día: en las
pantorillas, en las posaderas y en las espaldas, siguiendo un riguroso horario
y evitando mermar su salud para el cumplimiento de otras obligaciones. Llevaba
además dos cilicios: una túnica interna de lana entretejida con cerdas de
caballo y una cadena ceñida, posiblemente de hierro.
Su preocupación por los pobres fue
notable. Se sabe que los desvalidos lo esperaban en la portería para que los
curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín trataba de no exhibirse
y hacerlo en la mayor privacidad. La caridad de Martín no se circunscribía a
las personas, sino que también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando
los veía heridos o faltos de alimentos. Tenía separada en la casa de su hermana
un lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y enfermos. Parece
que los animales le obedecían por particular privilegio de Dios. Uno de los
episodios más conocidos de su vida es que hizo comer del mismo plato a un
perro, un perico y un gato.
Como se dice de otros santos de la
época, Martín también sufrió las apariciones y tentaciones del demonio. Se
cuenta que en cierta ocasión bajaba por las escaleras de la enfermería
dispuesto a auxiliar a uno de sus hermanos cuando se encontró con el demonio
debajo de la escalera. Martín tuvo que sacar el cinto que llevaba y comenzó a
azotar al demonio para que se fuera del convento. También se le atribuyó el don
de lenguas, el don de agilidad y el don de volar. Sus compañeros, que lo
vigilaban continuamente, veían cómo su cuerpo se iluminaba. Se contó de él que
podía estar en dos lugares a la vez y penetrar en los cuerpos sin mayor
resistencia.
Hacia 1619 comenzó a sufrir de
cuartanas, fiebres muy elevadas que se presentaban cada cuatro días; este mal
se le fue agudizando, aunque continuó cumpliendo con sus obligaciones. Con el
correr del tiempo, Martín fue ganando no sólo fama sino que empezó a ser
temido. La imaginería popular se desconcertaba ante sucesos sobrenaturales,
algunos de ellos no presenciados pero conocidos de oídas. Por ejemplo, cierto
ensamblador llegó a asustarse porque con mucha frecuencia se aparecía sin ser
visto. Comenzaron a correr rumores de que deambulaba por el claustro por las
noches, rodeado de luces y resplandores. También causaban miedo sus apariciones
inesperadas y sus desapariciones inexplicables.
En octubre de 1639, Martín de Porres
cayó enfermo de tabardillo pestilencial. Murió el 3 de noviembre de ese año.
Hubo gran conmoción entre la gente, doblaron las campanas en su nombre y la
devoción popular se mostró tan excesiva que obligó a hacer un rápido entierro.
A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en
devoción fundamental de las castas y gentes de color, la sociedad colonial no
lo llevaría a los altares. Su proceso de beatificación terminó en 1962, bajo el
papado de Pablo VI.